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lunes, 4 de agosto de 2014

017 * "Una propuesta radical para la implantación de un nuevo orden energético mundial" (con comentario corregido en 08-08-2014 y 16-09-15)


Joaquim-Andreu Monzón Graupera
Universitat de Barcelona


La propuesta que se presenta a continuación fue expuesta, con un detalle algo menor, en nuestra tesis doctoral leída el 15-12-1992 en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universitat de Barcelona.

Puede consultarse el documento, actualizado según una última versión finalizada en 1996, clicando el siguiente link:
 
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COMENTARIO ACTUAL, CORREGIDO EN 08-08-2014 y EN 16-09-2015

Es obvio que aportaciones como la que puede consultarse mediante link al pie del presente comentario pueden parecer utópicas, hasta que resultan de necesario planteamiento. Entonces "todo el mundo" reconoce su implantación como una exigencia del progreso; y tal vez algunos se enfrasquen en quedar bien, discutiendo alternativas técnicas “de detalle”.

Deseo aclarar que el apelativo con el que lo titulé: "una propuesta radical" simplemente alude al uso de técnicas fiscales redistributivas, que pueden servir para cambiar poco a poco las preferencias individuales de los consumidores. 

Tengo claro que tal como va evolucionando el mundo, solamente una minoría de la población se mueve por compromisos morales o éticos; y una mayoría solamente queda motivada (por desgracia) por señales claras emitidas por el sistema de precios. 


La radicalidad de la propuesta se mueve simplemente en este segundo ámbito, que por otra parte, es convencional en el capitalismo avanzado. Las técnicas fiscales, lo son. Lo que ya no resulta tan asumible es que resulte fácil de implantar; al contrario. Es muy difícil, pues su aplicación habría de realizarse a nivel mundial y las diferencias de intereses y valores de los diversos países son barreras difíciles de franquear. 


Supongo que la adopción de políticas mundialmente aceptadas se realizará cuando nos veamos cerca del precipicio energético o medioambiental, no antes.


Aunque sea demasiado esquemático reducir las políticas correctivas a dos grandes grupos, diremos que el que se ha elegido momentáneamente es el que se inició mediante el Protocolo de Kyoto: La "contingentación" física (al principio más o menos de asunción voluntaria) de "subproductos" pérfidos por el uso de energía, como son algunos gases contaminantes, cuya estrella es el CO2


Dicha contingentación es -en el fondo- una política de control "a posteriori", más o menos voluntaria, a la que rápidamente la ingeniería financiera ha encontrado aplicación mediante técnicas de mercado: la posibilidad de comprar o de vender permisos de emisión de unidades de peso o de volumen de CO2. 


Vende la empresa que posee permisos y le sobran; y compra quien no tiene permisos, o le faltan en cantidad suficiente. 


Siempre he sido escéptico sobre la posibilidad de que el sistema de precios pudiera introducirse vía volumen de contaminación permitido. Puede haber muchos abusos que nunca podrán repararse. 


Por otra parte desde 2007 la propia crisis ha demostrado lo barato que resulta contaminar. En los últimos tiempos el desequilibrio en el mercado de derechos de emisión de CO2 ha sido provocado por un brutal exceso de oferta de derechos de contaminación y una muy tenue demanda. Si no hay tanta demanda de productos y servicios, no se necesita tanta producción de éstos; y si no se produce, menos se necesitará la compra de derechos para poder contaminar a gusto.


Cuando redacté la tesis empezaba a hablarse del cambio climático. La moda investigadora que preocupaba en los ámbitos teóricos, era la contaminación ambiental y especialmente las lluvias ácidas.


Pero ya, incluso antes de la Cumbre de Río (6-1992) se había firmado en mayo de 1992 la Convención-Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Pero no era todavía un tema-estrella. El efecto devastador de la acumulación de gases que genera efecto-invernadero y se cargan la capa de ozono, aún no se vislumbraba como una cuestión realmente crucial. 


Recuerdo que muchos economistas liberales, hasta tiempos bien recientes, desgranaron cual mantra cansino que "no se ha demostrado el impacto enlazado entre uso de energía-contaminación generada-gases efecto invernadero-cambio climático". Por lo que "si no hay evidencia concluyente, no hay causa para moverse". El protocolo de Kyoto de 1997, ya con medidas "obligatorias" cuya respuesta de cumplimiento posterior de cada país ha sido muy dispar, en 1992 aún estaba en las catacumbas.


Personalmente tengo más fe en: A) medidas preventivas con contenido económico (tasas fiscales disuasorias de unas conductas nocivas, para que reviertan en otras conductas mejores o más sanas) que duelan directamente y a tiempo real en los bolsillos; que en: B) medidas de control macro a posteriori por parte de organismos internacionales, cuya influencia real es muy discutible. Y más siendo el gendarme del mundo los Estados Unidos de América.


Hay que ir al origen de cada conducta individual. Me parece que no hay otra forma de tratar el asunto. Además, una tasa fiscal sobre cada unidad de energía primaria tiene la ventaja de condicionar la conducta en dos campos a la vez: disuasión del uso de energías comerciales (la mayor parte de origen fósil) y disuasión de la correspondiente contaminación resultante. Es un "2 x 1" que personalmente me parece de eficacia superior.


Para situarnos rápido, en el fondo mi propuesta consistía en aplicar a la energía lo que ahora entenderíamos como una especie de tasa Tobin, que, como se sabe, es conocida por su circunscripción al ámbito únicamente financiero (por aquélla época -1979-1992- no recuerdo si yo conocía el concepto de Tasa Tobin).


De la "Tasa Tobin" sobre las transacciones financieras internacionales y productos financieros derivados, se adujo durante varios años en entornos liberales que su aplicación sería un despropósito.

James Tobin, su propio creador, intentó minimizar su interés a la vista del tipo de grupos sociales y políticos que se interesaron súbitamente por su aplicación. 

Hay grandes intereses contrarios a la aplicación de cualquier variante de la Tasa Tobin (entre ellos los de la City de Londres; y, por tanto, Gran Bretaña se opondrá siempre).

Pero algo debe hacerse para controlar, para limitar las operaciones financieras –muchas, especulativas- y lograr financiación pública para necesidades más nobles. 

La Europa Continental presiona para su aplicación, pero resultará difícil aplicar la Tasa Tobin, si no hay un consenso mundial. Su aplicación fragmentaria generaría diferencias –posiblemente imperceptibles- de competitividad, o eso al menos indican aquéllos que en el fondo no desean que se implante; y para lograrlo, cualquier excusa, obstáculo etc., serán buenos.

Un impuesto sobre la energía fósil como el que propongo, tiene parecidos visos de utopismo que los que suponemos asociados a la Tasa Tobin... e incluso más. 

No solamente estarían radicalmente en contra a un impuesto mundial sobre la energía comercial los Estados Unidos (cualquier medida que consideren un ataque al "American Way of Life" intentarán boicotearla de raíz); también se opondrían los gigantes emergentes como China, India, Rusia, Brasil etc., mediante el ya conocido argumento que consiste en enfatizar que ahora las fases de crecimiento y de desarrollo les toca abordarlas a ellos, ya que Europa, Estados Unidos(1) y Japón pasaron por estas fases; y por ello enfatizan que dichos países desarrollados no pueden oponerse a sus progresos.

Tanto el impuesto sobre las transacciones financieras como el impuesto sobre las transacciones energéticas tienen dos características paralelas:

1) Se refieren a bases imponibles enormes que casi no descenderían a pesar de estar gravadas por estos impuestos, debido a las respectivas muy escasas elasticidades de las demandas a corto plazo, tanto de las transacciones financieras como de la producción y consumo de energía. Se trataría de expropiar una pequeña parte de dichos volúmenes monetarios por la respectiva conveniencia pública.

 2) Son actividades impositivas que en el fondo deberían servir como límite de los volúmenes de los propios hechos económicos que gravarían, ya que presentan claramente externalidades negativas.

Por ejemplo, recuérdese la actitud de los Gobiernos ante el consumo del tabaco, conducta negativa para la salud propia -y para la salud ajena- que intenta combatirse mediante impuestos. Bien, no sabemos si en el fondo hay una conveniencia moral; lo que sí saben los gobernantes es de la facilidad recaudatoria sobre productos cuyo cese individual de consumo es muy difícil de lograr.

De hecho, los Ministerios de Hacienda nacionales respectivos ya expropian una buena parte de las rentas marshallianas asociadas al uso de tabaco y de productos petrolíferos, rentas que existen por diferencia entre lo que estos bienes cuestan en frontera o a pie de fábrica y lo que los consumidores están dispuestos a pagar por dichos bienes o servicios (que es un importe varias veces mayor). 

Todo el mundo sabe que los impuestos sobre los combustibles y carburantes alcanzan en España -de forma similar en otros países- un 60-70% del precio final de los productos usables. Esto es gracias a un ataque fiscal en toda regla al volumen de la renta marshalliana generada por estos productos.

Por tanto, un impuesto sobre la energía de tipo global, profundizaría en esta tendencia fiscal a aplicarse sobre rentas marshallianas y tendría una aplicación finalista bastante más transparente que la que logran generar los respectivos Ministerios de Hacienda estatales.

Si se reflexiona un poco, y tal como se ha discutido arriba, puede concluirse que la O.N.U. ha intentado aplicar impuestos a las consecuencias negativas del uso de la energía. Su extracción y uso generan consecuencias positivas -trabajo, rendimiento- pero también negativas –agotamiento de recursos irreemplazables, daños ambientales y contaminación.

Se trata de una vía alternativa que se basa en la limitación de las cantidades de CO2 y cinco gases venenosos más, a emitir a la atmósfera. De momento ha dado pocos resultados, debido al manifiesto desinterés de USA y China para su aplicación real.

Recuérdese el nocivo y triste papel del Presidente americano George Bush, negándose a ratificar el Protocolo de Kyoto sobre el Cambio Climático (1997) que en 2009 ya habían suscrito 187 estados, triste papel refrendado por sus sucesores en el cargo, incluido "Yes We Can" Obama.(2) 

Es bien sencillo: en este asunto -como en tantos otros- no saben, no pueden o no quieren enfrentarse a sus clases dominantes, ni a gruesos volúmenes de electorado profundamente conservador, que no ha perdido ni la mentalidad de frontera ni la de pionero-depredador.

Los descarados incumplimientos de los acuerdos, cuya responsabilidad debe atribuirse a los mayores países -y también a España, que no es un buen ejemplo precisamente-(3) nos indican que algo diferente debe ensayarse, si no queremos enfilar el camino del desastre. La ceguera y el desinterés de los responsables es tal, que solamente un cambio radical de filosofía por parte de los votantes, puede reconducir el asunto.

Recuerdo dos conclusiones de mi tesis doctoral, en las que continúo creyendo decididamente:

a) No sabemos hasta qué punto en un momento dado los daños ambientales serán reversibles, sencillamente porque sus efectos son parcialmente acumulables año tras año y por tanto, caben fundadas dudas sobre si la Tierra podrá remontar o no, cuando se decida poner hilo real a la aguja. Me temo que conforme pase el tiempo, los daños serán menos recuperables. El problema es que desconocemos cual es el PNR ("punto de no retorno") en este campo.

b) Hasta ahora la tecnología siempre nos ha salvado de las crisis: la agrícola, la de población, la de los excesos de producción, las crisis económicas y las crisis de la energía, en este último caso transicionando de unos vectores energéticos menos eficientes o más agotados a otros con mayor futuro, fueran más caros o más baratos, da igual. 

Los tecnólogos optimistas nos recuerdan estos hitos continuamente. Pero me temo que hay otro PNR distinto con respecto a los supuestos efectos milagrosos de las tecnologías para reconducir los desastres ecológicos y energéticos; PNR que ya debe estar cerca de suceder. 

La Tierra es sufrida, si (más de lo que nos merecemos) pero no puede serlo indefinidamente.

La industria petrolera –y la energética, en general- no tiene recato alguno en usar nuevas tecnologías altamente depredatorias para el medio ambiente, como son: I) la perforación a varios miles de metros de profundidad en zonas desérticas, heladas o submarinas (off-shore), y II) la rotura con agua a altísima presión (fracking) de los minerales carboníferos o los esquistos bituminosos para generar gas y otros combustibles o carburantes (shale oil), provocando ambas vías I) y II) de "crecimiento tecnológico" graves costes sociales, por las complicaciones colaterales que se generan con tecnologías tan invasivas.

El gran problema radica en que, ante la indiferencia o la ignorancia de la mayor parte de la población, la codicia de unos pocos está haciendo buena la teoría de la "cuerda invisible" que expuse en la tesis doctoral, por oposición a la teoría de la "mano invisible" de Adam Smith.

Mucha gente tira y tira de la cuerda invisible (unos decidiendo el sistema político y económico en que estamos, otros aplicando tecnologías para maximizar el rendimiento energético y los más, simplemente, consumiendo, más o menos, de forma inconsciente y alegre según la época, pero siempre asociados a un patrón de consumo que a largo plazo es geométricamente creciente. 

Aparte de medidas afortunadas de conservación energética, la triste realidad es que los descensos de consumo energético solamente se producen de forma significativa por el devastador efecto de las crisis y depresiones económicas (como la reciente, que ya dura 6 años y ha vuelto a poner a las Teorías de los Ciclos Económicos en primera línea).(4) 

Así como en Smith el egoísmo individual era el acicate para el logro del bien colectivo, con la metáfora de la cuerda invisible los habitantes de la Nave Espacial Tierra vamos a encontrar amargamente nuestros límites, "cuando la hayamos roto entre todos". 

Cada uno tira de la cuerda por separado y no es consciente -o no quiere serlo- de que varios cientos o miles de millones de tirones a la vez, pueden romperla. Es curiosa la enajenación que muchos humanos sufren cuando han de enfrentarse a la responsabilidad individual de una conducta que socialmente se considera como normal (si los demás lo hacen, ¿por qué yo no?).


El egoísmo individual de los que deciden, sumado a cientos o miles de millones de egoísmos individuales de los que trabajan y/o que consumen, nos pueden llevar a la perdición colectiva.

De todos modos en países avanzados, preocupa el asunto. ¿Consecuencia de la preocupación? poca, y en un ámbito limitado. Mucha gente cree que hace lo que debe y que pertenece al mundo de los "buenos ciudadanos", por el hecho de reciclar cuidadosa y selectivamente los desechos que genera, en un contenedor de cada color. 

Estas nobles acciones (que permiten previamente a los poderes públicos usar pedagogías tipo “boy scout” cuya utilidad real es, en parte, tranquilizar la mala conciencia de la población y en parte también, culpabilizarla) pueden prolongar el fatídico horizonte de irreversibilidad dos, tres -o cinco- años más, si se quiere; pero no habrá salvación si no se produce próximamente un enérgico cambio de actitud en la mayor parte de la población mundial; contra antes mejor y hablando con hechos, es decir, usando mucha menos energía primaria y final y procurando contaminar mucho menos.

Me pregunto si será posible este cambio radical, tanto conceptual como de conductas efectivas, de la mayor parte de los habitantes de este Mundo, para "volver a tomar los mandos de la Nave". Lo siento pero... me temo que de momento, no.

Una buena parte del gasto energético de la población y su correspondiente contaminación aérea y acuática se producen por la evolución de nuestro sistema económico, que ha derivado –no por casualidad, sino por la cuidadosa evolución de su diseño- hacia altos niveles de centralización política, económica y energética. 

Sería interesante conocer investigaciones al respecto. De momento apuntamos que si suponemos que un español “consumió” en 2010 energía primaria equivalente a 2,82 TEP’s (5) (Toneladas Equivalentes de Petróleo), la mayor parte -por hipótesis 2 TEP's- habrán sido consecuencia directa del sistema económico en que estamos (y por lo tanto, no habrán dependido directamente de sus opciones personales); y 0,82 TEP’s habrán dependido, en mayor o menor medida, de sus elecciones individuales. 

Si alguien me demuestra que los porcentajes son 50%/50% o proporciones parecidas, en el fondo dará lo mismo. Entonces habría una mitad de consumo energético que no depende de la elección individual y otra mitad que depende del sistema económico en el que estamos.

Por lo tanto, si estas hipótesis fuesen correctas, una parte significativa del gasto energético y del nivel de contaminación no dependería de las elecciones individuales y conscientes de la población.(6)

Pienso que las anteriores explicaciones sitúan mejor el contexto en el que se escribió el documento citado (que queda 20 años atrás) pero pienso que filosóficamente todavía está más vigente, pues la situación energética y medioambiental no ha dejado de agravarse, y las normas acordadas en el seno de la O.N.U. para limitar la contaminación, ni de lejos acaban de funcionar.

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NOTAS



(1) USA consume 16.000 kw/h per cápita anualmente, y España consume 7.000 kw/h. per cápita. El ratio es 2,3. Sin ser España ningún ejemplo de ahorro energético, la capacidad diferencial de consumo energético de USA -y Canadá, con cifras similares- es tremenda. USA y España tienen similar "índice de desarrollo humano", métrica desarrollada por la O.N.U.: 0,951 y 0,949, respectivamente. Ver el resumen de las posiciones de Carmen Orozco, de la Universidad de Burgos, en el siguiente documento: http://www.dicyt.com/noticias/eeuu-duplica-el-consumo-energetico-de-espana-per-capita-a-pesar-de-un-desarrollo-humano-similar


(2) Ver por ejemplo: El País: "Obama y el cambio climático", 27-06-13:

http://elpais.com/elpais/2013/06/26/opinion/1372272364_976614.html, donde se relata que Obama se autoimpuso deberes "ambiciosos pero faltos de concreción". El objetivo que se desprende de su proyecto (sin calendario preciso) es "lograr que en 2020 se reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero del 17% respecto de las cifras de 2005".  "Para ello se ha comprometido a concertar con las otras tres grandes potencias contaminantes -China, India y Brasil- acuerdos para lograr que asuman los mismos objetivos". (...). El protocolo de Kioto es el instrumento acordado y Obama no se ha atrevido a firmarlo". [En 2015 Obama quiere reescribir la historia de su presidencia con medidas pro-ambientales, sólo unos meses antes de dejar la Casa Blanca. Debe ser el trade-off entre "el deber personal" y el "poder político" del que aún goza, que ya es casi nulo].

(3) “[La] reducción de la demanda de energía se considera desde muchos ámbitos como la clave para alcanzar los acuerdos internacionales en materia de reducción de emisiones de CO2, tanto a nivel global, en el marco de los acuerdos de Naciones Unidas, como a nivel europeo con las recientes directivas de control de emisiones de CO2.”

 “El Gobierno español ha asumido ambiciosos objetivos para mitigar emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que sin embargo no se han visto reflejados hasta el momento en la realidad: las emisiones en 2008 superan en un 40% a las de 1990, frente al objetivo establecido del 15%.”
Ver: Mendiluce, M. y Linares, P.: “Análisis de la evolución de la intensidad energética en España”, pg. 6. 

(4) Un documento del Instituto de Diversificación y Ahorro Energético Español (IDAE), explicaba sobre datos de 2008 al principio de la presente crisis (31-12-2009) los descensos producidos en sentido absoluto y relativo por la entonces naciente crisis. Ver: 


(5) La demanda de energía primaria (no de energía final) en España fue en 2010 de 130,22 MTEP; la población censada a 1-1-2011 ascendió a 46.152.925 habitantes. Dado que la demanda en España fue en 2001 de 134,6 MTEP, en estos 10 años el consumo total de energía se ha estancado y el consumo per cápita ha mejorado, dada la menor población existente en 2001. Ver pg. 211 de la siguiente fuente, una buena colección de descripción de la situación energética y de contaminación mundial y de datos estadísticos que actualmente ya resultan algo desfasados (aproximadamente 2002): 


(6) Sin que se cuestione de forma profunda ningún cambio de sistema que provoque modificaciones notables en el uso de la energía por parte de los consumidores, ver la interesante entrada de Pedro Linares en su blog: "El consumidor ¿inocente o culpable?" (sobre la posibilidad de cambiar aspectos fundamentales de nuestro modelo energético mediante la acción ciudadana):