Joaquim-Andreu Monzón Graupera
Universitat de Barcelona
NOTA PREVIA
Estas breves páginas se han extraído de una parte de las
conclusiones de nuestra tesis doctoral. Para publicarlas ahora en el blog, hemos
realizado algunas correcciones e introducido un esquema, pero no se ha
efectuado ninguna actualización, excepto la redacción de unas breves conclusiones, para dar un poco más de contexto a esta exposición y una vía de salida al problema, desde la economía.
Tras más de 20 años, nuestra opinión es que seguimos igual o peor en
cuanto al problema al que aludimos.
Estas páginas son una mera síntesis. Un
punto de vista más completo puede establecerse leyendo el capítulo 4 de la
tesis, que también se aportará al blog.
La tesis completa (y por tanto, también el
mencionado capítulo 4) puede consultarse en la siguiente dirección:
024. http://bit.ly/2nQKc41
024. http://bit.ly/2nQKc41
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1. POSICIONES DE LAS ESCUELAS ECONÓMICAS, EN
RELACIÓN A LOS PROBLEMAS ENERGÉTICOS Y MEDIOAMBIENTALES
El principio del individualismo metodológico (de tipo abstracto y ahistórico) está entre las herramientas disponibles en la caja de herramientas metodológicas de los economistas neoclásicos de la corriente central.
En cambio, algunos clásicos, y por regla general,
los científicos historicistas, institucionalistas, marxistas, estructuralistas,
holistas, etc., son más partidarios de un menor nivel de abstracción y un mayor
apego a la realidad observable por un lado; y del empleo del método histórico
para estudiar la evolución social, por otro.
Partiendo del principio del individualismo
metodológico, los análisis neoclásicos modernos (ARROW, BECKER, escuela del public
choice)[1]
han llevado a la Economía a autotitularse como una ética de la elección del
individuo.
Dicha ética, dirigida desde algunos
planteamientos de la ciencia económica, se ha intentado aplicar a las esferas
no económicas del comportamiento humano con el consiguiente disgusto de los
practicantes de otras ciencias sociales.
Éstos aducen que no solamente la Economía
fracasa en el campo que le es propio, sino que huye hacia adelante implantando un imperialismo intelectual,
mimetizando y tratando dichas esferas no económicas como si fuesen también un
campo natural de aplicación de la ética del homo economicus.
Por otra parte, la economía neoclásica
tradicional continúa asentando sus análisis y conclusiones en el "principio
de la soberanía del consumidor".
Como indica GALBRAITH, "en teoría
formal, no se insiste demasiado en el hecho de que la instrucción [la orden]
tiene su origen en el consumidor. [A éste se le] considera como un aparato, por
medio del cual se transmite la información del consumidor al productor y de
éste al consumidor. No se formula ningún juicio sobre esta maquinaria...”
Sin embargo, la sanción moral del sistema
depende profundamente de la fuente de la instrucción. Ésta proviene del
individuo. De este modo el sistema económico coloca al individuo -al
consumidor- al mando definitivo de sí mismo.
Esta teoría económica está relacionada con
una teoría política que coloca al ciudadano, como elector, en una posición
definitiva de autoridad sobre la producción de bienes públicos.
Estas teorías, económica y política, son
fundamentales para formarse una imagen más amplia de una sociedad democrática
(o al menos no autoritaria) que esté completamente subordinada al poder
definitivo del individuo.
Como el individuo lo rige, no puede estar
en conflicto con el sistema económico o político. No puede hallarse en
oposición con lo que gobierna él mismo."[2]
2. JUICIOS DE LOS CIENTÍFICOS NO ECONOMISTAS, ANTE LOS ENFOQUES DE LOS ECONOMISTAS CONVENCIONALES
La impresión que pudimos perfilar después
de analizar multitud de informes, libros y artículos sobre la intersección
entre ecología y crecimiento económico, es que el economista típico está
desbordado por las afirmaciones y requerimientos de los científicos naturales
ante los problemas que aquejan a los recursos naturales y al medio ambiente.
En el extremo, hay jueces muy severos:
Ignacy SACHS escribe: "En... opinión de [CODDINGTON] el cuerpo básico del
pensamiento económico está mal preparado para adaptarse al punto de vista
ecológico y por consiguiente, 'puede
argumentarse que el mayor servicio que los economistas pueden ofrecer a la
posteridad es el de permanecer en silencio’."[3]
Al respecto, las respuestas típicas de los
economistas han sido variadas:
A) ignorar la cuestión;
B) intentar la aplicación de las
herramientas metodológicas ortodoxas al nuevo problema planteado desde el
exterior de la profesión, o bien:
C) afirmar que la solución a esta clase de
problemas no tiene ni raíces ni enfoques meramente económicos y desborda los
planteamientos de cantidades, costes y beneficios, por lo que la solución ha de
ser política, al pasar a primer plano cuestiones de tipo ético y moral.
El malogrado filósofo francés Cornelius CASTORIADIS
expresó muy bien la impotencia de la economía ante estos problemas:
"Cuando destruimos el ecosistema ¿qué hacemos? Destruimos la organización
del ecosistema. ¿Pero qué es esta organización, como cuantificarla? ¿Cómo
poner un precio a esta destrucción de una organización sobre la que, por otra
parte, no sabemos casi nada?"[4]
Pocos economistas de prestigio han asociado
hasta ahora su nombre a doctrinas conservacionistas con referencia al medio
ambiente, los recursos naturales no renovables y en general, con una
perspectiva de preocupación real por el futuro de la humanidad.
Si se llega a demostrar que se pueden
adoptar instrumentalmente mecanismos y criterios económicos eficaces para
evitar la destrucción del medio, es de desear que nuestra profesión pase
entonces a desempeñar un papel más activo en el seno de un ámbito que ya es ahora completamente estratégico.
La "corriente central" de la
economía no puede -mejor dicho, no debe- quedar al margen del estudio y de la
aportación de soluciones al gran problema que tiene planteado la Humanidad.
Pero en este caso debe adaptar, con gran humildad, una serie de cambios
fundamentales, empezando por su propia filosofía de la racionalidad económica.
Por supuesto, ante problemas tan graves la
economía no debería ser una excepción
con respecto a las demás ciencias sociales.
Primero está la realidad que va cambiando;
y luego, si hay rigor y suerte, la teoría social va detrás de la realidad para
analizarla, etiquetarla e intentar la explicación de su comportamiento y de las
causas de éste y de sus cambios, sea la finalidad perseguida bien aplicada,
bien teorética.
La consecuencia final, siguiendo tal
razonamiento, es: si la ciencia económica es un reflejo de las actuaciones reales
de los que deciden y de los que operan, cámbiense el sentido de las actuaciones
reales y cambiarán la filosofía, el enfoque y los métodos de la economía.
En tal caso el problema torna a situarse en
su posición anterior; vuelve a ser un problema moral y político, no de
racionalidad económica estricta.
Pero esta constatación no obsta para pedir
que los cultivadores de las ciencias sociales, y en especial de las ciencias económicas,
tengan un grado más elevado de iniciativa, creatividad y empuje para colaborar
en la solución de los problemas de la degradación del medio y del agotamiento
de los recursos naturales.
3. EL PRINCIPIO DE LA MANO INVISIBLE, VS. EL
PRINCIPIO DE LA CUERDA INVISIBLE
El principio de la "mano
invisible" de Adam SMITH propugnó que el sujeto, al actuar en el mercado
en forma egoísta, en realidad está colaborando en el logro del bienestar
social.
Al principio de Adam SMITH, que todavía forma
parte del cuerpo normativo de la mayoría de economistas, cabría oponer en la
actualidad el principio de la "cuerda invisible", por el que cada individuo ocasiona
actos de producción y consumo marginalmente crecientes.
Por separado cada uno de estos actos
económicos no tiene apenas importancia, pero el sujeto subvalora o ignora que
la agregación de todos estos actos, considerados a nivel colectivo, provoca una
sinergia degradatoria del medio, al sumarse el inofensivo comportamiento
individual de cada uno con conductas similares y simultáneas de otros muchos millones
de individuos.
De los resultados de tipo global que se generan,
nadie se siente responsable, puesto que poca gente se autoinculpa por el hecho
de mantener un comportamiento similar al del resto del género humano.
Esta
sensación gregaria, proporciona más bien una percepción de seguridad, en el
sentido de que cada uno está haciendo "lo debido".
Pero este comportamiento colectivo puede
ser el detonante definitivo del agotamiento de los recursos no renovables y de la
creciente contaminación y degradación del medio.
En el principio de "la cuerda
invisible", tal como sucede en el dilema del prisionero (muy
popular en el contexto de las teorías de la "elección racional"), el
egoísmo individual no lleva a la felicidad, al revés que en el principio de
"la mano invisible"[5]
de A. SMITH, siempre que por felicidad se entienda un estado mental de
satisfacción por colaborar en la mejora del mundo... y no la destrucción de
éste a partir de la obtención de pequeños y saturables placeres inmediatos.
Si existiera consciencia individual de la
degradación que cada sujeto provoca en el medio, entonces deberemos basar la
interpretación de los hechos en la teoría de la negociación.
4. ECOLOGÍA Y LA NEGOCIACIÓN
HUMANIDAD/NATURALEZA
Casi todos los expertos en negociación exponen
que las dos partes opuestas en un asunto de contratación empresarial, demoran
las concesiones a otorgar a la otra parte, hasta el momento más tardío en el
que pueden producirse propuestas y contrapropuestas negociadoras, que por esta
razón van a sucederse al final del proceso y en un lapso muy corto de tiempo.
Cada negociador supone que el contrario
cederá en el último momento. Esto es así, cuando cada una de las partes que
interviene en la negociación -o entre dos o más partes, aquélla que tiene más
poder marginal- supone que la otra parte está atosigada por la carencia del
recurso escaso llamado "tiempo disponible".
Los responsables políticos mundiales han
ajustado su conducta negociadora mutua de manera no colaboradora y además
actúan como si la Naturaleza fuese, en la sombra, la parte negociadora
contraria, a la que se puede presionar llevando al límite del plazo temporal las
sucesivas tentativas de cierre de la operación.
El problema es que los plazos límite
para la "negociación ecológica" son desconocidos.
Por tanto, la cuestión debe enfocarse de
otra forma: Los agentes económicos negocian mediante un juego de suma cero
(THUROW[6])
entre ellos mismos.
En la teoría económica puede imaginarse que
existen juegos de "suma cero". Pero en la realidad, no se traslada al
contrincante directo una parte de las pérdidas en el juego; dicha parte de las
pérdidas se traslada a la naturaleza y por tanto a terceros que viven en el
presente y/o que lo harán en el futuro.
Con técnicas de negociación que son
distributivas (egoístas) -y que por lo tanto no son integrativas[7] al no haber un espíritu
colaborador cuando se relacionan los sujetos entre sí y entre ellos y el medio- se procura demorar al máximo la toma de decisiones sobre energía y medio
ambiente, decisiones que, sobre la base de que el abordaje de las correcciones
necesarias “hoy es más caro que ayer, pero menos que mañana” presentan las
siguientes características:
a) Generarían una gran cantidad de costes monetarios
en el presente. Costes que sufrirían los presupuestos públicos actuales que...
son decididos por políticos que desean ser reelegidos.
b) Trasladarían la mejora de competitividad
hacia el [país] que no tomara estas decisiones y se atuviese aún a estrictos
criterios del mercado privado; por tanto, investidos con la racionalidad
económica del corto plazo, los sujetos económicos y con ellos los Gobiernos.
c) Demorarían la toma de decisiones al
mañana, desconociendo con esta conducta si la probabilidad de la existencia de
irreversibilidades ecológicas -es decir, el sorpasso
del punto límite de no retorno (PNR)- es ya demasiado tangible para ser
ignorada.
5. CONCLUSIONES (INTRODUCIDAS EN 2014)
I. Si los representantes académicos y profesionales de la economía desean no perder relevancia ante la solución de estos problemas -que son cada vez más serios- deberán aportar soluciones redistributivas de tipo fiscal, al estilo de nuestra propuesta formulada en la entrada 017. de este blog.
II. Las soluciones vía contingentación de la contaminación admisible de los niveles de contaminación, pertenecen al campo material o físico: no al campo económico. Son las medidas que intenta implantar la ONU por medio de acuerdos como el protocolo de Kyoto.
III. Los únicos campos que en esta nueva realidad le quedan a la economía son:
i) la definición de un sistema de cotización bursátil de los derechos de contaminación sobrantes; y otro campo, también de tipo subordinado:
ii) la valoración económica de diferentes alternativas técnicas igualmente eficientes, para solucionar problemas ambientales concretos, a efectos de la selección de la más barata.
i) la definición de un sistema de cotización bursátil de los derechos de contaminación sobrantes; y otro campo, también de tipo subordinado:
ii) la valoración económica de diferentes alternativas técnicas igualmente eficientes, para solucionar problemas ambientales concretos, a efectos de la selección de la más barata.
IV. No es corporativismo, pero... como economista me sabría muy mal que nuestra profesión quedara relegada al poco agradecido papel de "especialistas secundarios" en este campo; no obstante... tal vez es el futuro que nos espera, si no sabemos presentar desde el campo económico soluciones que sean justas y atractivas para la sociedad; y/o si no logramos convencer a los políticos para que las implanten.
V. Contra más tiempo pase, peor y más desagradecido será nuestro papel, si hay que proponer medidas fiscales muy duras que acerquen el precio de venta de los diversos vectores finales de energía hacia el respectivo coste de reposición de dichas energías, incluyendo en la fijación de costes y precios, masivas dotaciones fiscales para la restauración de un medio ambiente cada vez más deteriorado y para la puesta en marcha enérgica de energías alternativas. Contra más tardemos, peor se solucionará el problema y más cara será la factura.
NOTAS:
[1] Puede verse una descripción valorativamente aprobatoria de
dichas teorías en: LEPAGE, H.: Mañana, el capitalismo. Alianza Ed.
Madrid. 1ª Ed. 1.979. Cap I.
Aportamos dos frases de Henri LEPAGE: "...todas las
críticas habituales referentes al "reduccionismo" del análisis
económico sólo tienen un interés limitado, en la medida en que uno de los
progresos de la teoría es precisamente el de demostrar que ésta ya es capaz de
tener en cuenta fenómenos aparentemente extrarracionales, como son la necesidad
de solidaridad, la inclinación por el altruismo, o la filantropía por un lado,
y por otro el incluir en sus modelos, elementos de evolución considerados como
extraeconómicos (por ejemplo, el problema de la interdependencia entre
las necesidades y las preferencias)." (Op. cit., pg. 39). La itálica es de LEPAGE.
LEPAGE se adhiere al enfoque positivista friedmaniano
para justificar el "imperialismo" de la "nueva" ciencia
económica: "Para el economista, reducir el individuo a su única dimensión
"económica" es con seguridad irreal (en el sentido habitual del
término). Pero, de acuerdo con el análisis positivista común a todas las
ciencias experimentales (incluso físicas), el valor de un instrumento
científico no se mide por el grado de realismo de sus hipótesis. Lo que importa
es la relación entre la simplicidad de las hipótesis y su eficacia."
[sic]. "Querer acercarse a la realidad es, seguramente, una preocupación
deseable; pero el realismo de las hipótesis tiene por contrapartida un
crecimiento de la complejidad que perjudica su eficacia operativa." (Op.
cit., pg. 43). Las comillas intermedias son de LEPAGE.
[2] GALBRAITH, J.K.: La economía y el objetivo público. Plaza
y Janés, Editores. Esplugues de Llobregat. 1ª Ed. 1.975. Pg. 28.
[3] SACHS, I.: Enfoques de la política del medio ambiente. En:
GALLEGO GREDILLA, J. A. (INTR. y SELECC): Economía del medio ambiente. Instituto
de Estudios Fiscales. Madrid. 1ª Ed. 1.974. Pg. 75-76. La negrita es nuestra.
[4] ATTALI, J., MASSÉ, P., ET ALIA: El mito del desarrollo (Respuesta
de C. CASTORIADIS a P. MASSÉ). Ed. Kairós. Barcelona. 1ª Ed. 1.980. Pg. 62. La
negrita es nuestra.
[5] La comparación entre el dilema del prisionero y el principio
de A. SMITH, se debe a Juan MARTINEZ ALIER: Ecologisme i economia. História
d'unes relacions amagades. Prepublicación. Universidad Autónoma de
Barcelona. 1.983. Pg. 4.
El "dilema del prisionero" lo adapta así
MARTINEZ ALIER al campo ecológico: "Supongamos dos países que pescan en la
misma zona; si uno de ellos, evitando agotar la pesca, restringe la cantidad
pescada, posiblemente no se beneficiará en absoluto porque el otro pescará más;
si los dos pescan mucho, posiblemente se acabarán los peces; si se pueden poner
de acuerdo, los dos pueden ganar." (op. cit., pg. 3.) Por supuesto,
el principio de "la cuerda invisible" equivale a dar por supuesto que
los dos países pescan lo máximo posible; esto equivale en el dilema del
prisionero a suponer que los dos criminales se acusarán mutuamente.
[6] THUROW, L.C.: La sociedad de suma cero. Ed. Orbis.
Barcelona. 1.984. Pg. 15 y ss.
[7] CASADO, D., y PEREZ YRUELA, M.: Organización, conflicto y
estrategias de negociación. Ed. Marova. Madrid. 1ª Ed. 1.975. Pg. 72-76.
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